A veces no es fácil dar un testimonio cuando de nuestros hijos se trata.
Por años he guardado con cautela parte la historia de mi vida que involucra a mi hija, pues aunque fue desde su vivencia que inicié mi transformación, he sido prudente en no abrirme por completo a los motivos que me llevaron de pasar de una práctica salutista casi inflexible, a volverme una aliada que lucha activamente por la diversidad e inclusión corporal. Pero ahora ya estoy lista y además tengo el permiso de mi niña para compartir esto.
Cuando mi niña cumplió 8 años notamos que su cuerpo empezaba a crecer y en pocos meses cambió dos veces de talla. Una parte en mí decía “está creciendo” pero otra parte tocaba con el peor de mis miedos: el terror a engordar.
La visita regular al pediatra me generó dudas y a ella la desconcertó pues le hablaba de “no comer galletas ni tomar refrescos” y vamos, en casa no había ni azúcar blanca ¿cómo iba a haber refrescos? ¡Por favor! Si encima de todo yo era Health Coach… y con una culpa arrastrada empecé a buscar caminos para “solucionar” un problema que me pesaba y empezaba a rebasarme. Toda la alimentación que ofrecía en casa pasaba por un riguroso escrutinio. Era experta en clasificar orgánicos, grass fed, sin pesticidas, sin colorantes, ingredientes que pudiera leer, no procesados, no transgénicos, sin GMO… y la lista de exigencias era interminable al grado de llegar a un restaurante y mirar el menú con un miedo profundo por no conocer el origen de los alimentos. No lo sabía pero tenía un TCA (trastorno de la conducta alimentaria) y además era dietante crónica. Mi obsesión por la delgadez me llevó a pasar por todas las dietas conocidas, por un sin fin de nutriólogas, por sacrificios a la hora de comer que me tenían desconectada y encadenada. Así por años.
Me vi de frente ante la imposibilidad de “controlar” el crecimiento del cuerpo de mi hija y recurrí a un par de métodos para iniciarla en buscar “reducir” su tamaño. Me decía: “no es ponerla a dieta es enseñarle a comer”. Una vez me dijo ¿ma estoy enferma? ¿Hay algo mal con mi cuerpo? Y mi respuesta fue: no mi amor, ¡tu eres preciosa! (Una respuesta que se que no cabe, pero para la cual en ese momento no estaba preparada)
Mi hija simplemente se rebeló y en las dos ocasiones que la llevé con profesionales de la salud para que “la ayudaran” me dijo: “no quiero volver”.
Impotencia, frustración, enojo, culpa y todo esto sentía yo: ¿cómo iba a solucionar este problema?
Entonces llego una publicidad de una charla sobre imagen corporal en los hijos y me llamó la atención. La daba Raquel Lobatón, una nutrióloga que yo conocía de años atrás. Ese día, 8 de marzo de 2019 mi vida cambió para siempre. Recuerdo que no paré de llorar. Cada palabra que decía Raquel, atravesaba mi cuerpo. Nunca había reconocido el dolor de odiarme tanto. No sabía que llevaba una vida en guerra contra mí misma. Y peor aún, había declarado territorio hostil el cuerpo de mi hija. ¡Cuánto se movió! y las puertas se abrieron hacia un camino que sigo transitando en defensa de la aceptación de la diversidad, en la búsqueda al respeto de todos los tamaños de cuerpo. Escuché por primera vez la palabra Gordofobia y desde ese día empecé a desarrollar el radar antigordófobo.
Transitar el dolor del cambio no fue fácil pero mi camino se empezó a abrir hacia la conciencia y empecé un formación en crianza consciente. En estos tiempos perdí a mi compañero de vida y padre de mis hijos. Con más pena encima sabía que necesitaba mirar a mis hijos como los seres completos que son, necesitaba sanar mis heridas, entender el dolor, abrazarme fuerte, darme permiso.
¡Qué liberador resulta empezar a conocer el significado de amor incondicional! Empezar a reconciliarme y adentrarme cada vez más en la lucha. Escuchar otras voces, abrir espacios y sobretodo, acompañar a mi hija desde ese amor que empezaba a invadirme. Así ya han sido 3 años y con ellos un enorme aprendizaje. Esta es una historia de amor, es poder ver en un espejo mi propio dolor y abrazarlo y cuidarlo, es decir a la niña que fui que todo está bien y mirar a la madre que soy como una mujer fuerte, que sigue aprendiendo y que ve al amor como la fuerza más poderosa del universo.
Gaby Pezet