Habiendo nacido en México y habiendo estudiado derecho, nunca me imaginé que terminaría viviendo en Europa y mucho menos que en el siglo XXI estaría viviendo tan de cerca y siendo testigo de una guerra de la magnitud de la guerra entre Ucrania y la Federación Rusa.
Para nosotros que vivimos en Europa, imaginar que el presidente de Rusia tendría la audacia de atacar Ucrania de la noche a la mañana era un escenario casi imposible, sin embargo, el 24 de febrero nos levantamos con la noticia, sin precedente, de que Rusia había iniciado un ataque ilegal a Ucrania.
Yo, me levanté con el “beep, beep, beep” de los mensajes sin parar en mi celular. Mensajes de angustia, tristeza, desesperación y miedo de todos los empleados que tenemos en la empresa donde trabajo. Automáticamente entramos en “modo emergencia” y empecé por tratar de localizar a nuestros empleados ubicados en Ucrania, uno de ellos casado y con una hija.
Después de varios intentos logré comunicarme con el para ver si podíamos ayudarlo de alguna manera a lo que me contestó lo siguiente “Mi esposa, hija y madre están en Rumania ahora, van rumbo a Alemania con mi hermana. Ningún hombre puede salir de Ucrania, por lo que tenemos que pelear y ganar esta guerra…. Si algo me llega a pasar, estaré muy agradecido si pueden ayudar a mi familia… su nombre es Ira…”. Traté de comunicarme con Ira por muchos medios hasta que por fin logré hablar con ella y allí me enteré de que su hija era una bebé de ocho meses, como madre de una pequeña de dos y medio anos, sentí que el corazón se me rompía a la mitad y no encontraba palabras para poder expresar mi apoyo. Lo único que pensaba era “Tienes que presentarte ante ella segura y fuerte, te necesita fuerte”. Ira estaba “tranquila”, su tono de voz estable, pragmática y centrada en que tenía que hacer, a donde tenía que ir y como “resolver” su situación durante el tiempo que esta guerra sigue.
Todas mis conversaciones con ella han sido para mi, un claro ejemplo a seguir. Ira ha enfrentado esta “situación” estoica, impávida ante las circunstancias, efectiva en sus solicitudes, asertiva en sus decisiones, pausada, tomándose el tiempo que necesita para pensar y dar un paso firme.
Una gran amiga mía ucraniana acaba de emigrar a Polonia hace dos días. Ella también me enseño una gran lección hace un par de días cuando me mandó una foto de su hijo y me dijo: “Todavía estamos en Kiev, en casa, gracias a nuestro ejercito, nuestra área es más o menos tranquila. Sin embargo, ayer dormimos en el sótano, cuando escuchamos el sonido de las sirenas rápidamente nos agrupamos y bajamos a refugiarnos. Mi hijo, Nikoloz se quiso llevar consigo un mapa de Ucrania para pegar en el sótano y hoy en la mañana, después de pasar toda la noche en el sótano, Nikoloz quería romper el pedazo de Rusia del mapa, pero lo detuve y le explique que existe mucha gente en Rusia que están siendo aprisionados y atacados por protestar en contra de esta guerra….”, el mensaje continua con ella explicándome como nunca se imaginó tener que tomar pan de voluntarios, que tiene miedo por sus hijos y termina diciéndome “La gente no se va a callar!! ¡¡¡No por este precio y no por ese método!!! ¡¡¡Estamos todos vivos!!! ¡Estamos todos juntos en esto!”
Estos últimos días he aprendido tanto sobre la capacidad de una mujer de enfrentarse a situaciones extraordinarias. Hoy reafirmo lo ridículo que es llamar a la mujer como el sexo débil. Lo que he visto y vivido en una semana demuestra, sin lugar a duda, que la mujer esta lejos, muy lejos de ser débil, que el hombre podrá en algunos casos tener mayor fuerza física, pero la fuerza emocional y la resiliencia de las mujeres es algo inmensurable. Mis mujeres, mis amigas en estos tiempos de guerra, lloran en sus sueños cuando sus hijos no las escuchan, tiemblan de miedo y lo ignoran, usan el miedo y la angustia para cargar a sus hijos y cruzar fronteras, aman incondicionalmente y no generalizan por nacionalidades, están presentes, vivas y unidas por una misma causa. Estas mujeres de las que hablo son las que emanan esperanza y son mi fuente de inspiración, respeto y aspiración, para que yo algún día, pueda ser como ellas.
Rebeca Wignall